miércoles, 12 de noviembre de 2008

Fiebre amarilla, vestido rojo...




Nunca un vestido propició una circunstancia tan transcendental,como para cambiar el rumbo de dos vidas, como el vestido rojo y negro que Julie Masson se empeñó en lucir en un baile de sociedad.

A July le gustaban los retos, como orgullosa y consentida princesa del Sur y no solo vivía siempre según le dictaba su gusto, sino que pretendía que todos se convirtieran en las marionetas de su antojo.



La señorita Masson, era capaz de dejar a un buen número de personas esperándola y llegar tarde, vestida de amazona, a beber y brindar como los hombres, en vez de conformarse con los delicados cócteles que bebían las señoritas de su edad y condición.



Del mismo modo, ante un antojo suyo, se atrevía a ir a buscar a su prometido, el responsable y serio banquero Preston Dillard, para interrumpirle en una vital negociación requiriéndole compañía para visitar a la modista.



Ya le advirtieron que ese vestido no era adecuado para el evento, todas las muchachas solteras de la zona, vestían de blanco, eran las intocables costumbres de los sureños.



Pero desafiante y contrariada, July se presentó vestida como una prostituta de Nueva Orleans ganándose el vació que le hicieron a ella y a su prometido.


Fue esta la causa, o quizá la que colmó la paciencia de Preston, que decide abandonarla y partir al Norte.

Ese año, July tuvo tiempo de reflexionar, incluso olvidó el coqueteo con su fiel admirador Drunk (capaz de batirse en duelo con quien fuera con tal de defenderla).

Se dedicó a esperar a Preston, que al fin volvió un día.

Preparó la vuelta de su amor perdido, intentado enmendar errores y convocó a todos a una fiesta, donde decididamente le declararía su amor.
Para la ocasión, como intentando borrar los errores del pasado, recuperó de su armario el vestido blanco, que debió llevar aquel día en lugar del rojo.



Al tenerlo delante, no dudo reconocer su mal comportamiento y en un alarde de arrepentimiento, le rogó de rodillas que volvieran a ser amantes y formalizaran su relación.



Pero bien podía haberse ahorrado toda esa entrega servilista, pues tras la escena de arrepentimiento, July descubre que Preston no había venido solo, había regresado con su flamante nueva esposa, una muchacha de Norte.



Es entonces cuando su odio se enerva a limites insospechados, su único fin es arrebatar a la intrusa el que considera su amor, después de ser de nuevo rechazada por él.



En una escena memorable, July canta con su servidumbre negra, llena de ira contenida en una actuación magistral de la gran Bette.



Continuando su vida sinsentido, es la incitadora de un desenlace fatal, provocado por su manipulación sin límite...



Pero entonces un acontecimiento cambiará los planes de la caprichosa July.
Comprende así, que su mayor enemigo no es la nueva esposa de Preston sino la acechante y todopoderosa Fiebre amarilla, que como una indiscriminada marea maldita arrasa sin miramientos los estados del Sur y alcanza a su amado Preston.

No lo duda un momento, arriesgando su vida corre clandestinamente a su búsqueda y tentando el contagio besa sus labios y se dedica a cuidarlo.



Hay tiempo para de nuevo pedir perdón, cuando se está de veras enamorada, no importa hacerlo mil veces, delante de quien sea, es mayor la necesidad del ser amado que el orgullo.
Y así, la muchacha que osó vestir de rojo, en lucha encarnecida contra la Fiebre amarilla, ruega a la esposa de su enfermo adorado, que le permita acompañarle para cuidarlo, a la isla de los desahuciados.



Solo así, siente grande su amor, cumplidas sus ansias y pagados sus caprichos y errores.

¿Acaso había algo mas importante en su vida que él?



Jezabel, es una película dirigida por William Wyler e interpretada magistralmente por Bette Davis y Henry Fonda en 1938.
Recibió dos Oscars ese mismo año: Oscar a la Mejor Actriz y Mejor Actriz Secundaria.
Lo que mas desolada me deja, es que un impresionante vestido, como el que luce Bette en el baile, no pudiera apreciarse debido a que el film fue rodado en blanco y negro.
Debió ser espectacular.

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